miércoles, 21 de septiembre de 2011

Día 1


Bueno, pues aquí estoy. Acabo de instalarme en mi nueva ciudad (previo paso por Londres) y en mi nuevo piso. Todo, absolutamente, es nuevo: no conozco a mis compañeras, no sé cómo hacen las cosas entre ellas, no sé dónde está nada en Sheffield... Por eso hoy es el día 1; el día 1 de una nueva aventura que implicará una gran exploración, de la ciudad, del piso, del trabajo de profesor, de la vida en Inglaterra... Y para que nadie pierda detalle de mis andanzas, impresiones y anécdotas, iré plasmándolas aquí poco a poco. Así, también cuando lea todo esto dentro de un tiempo podré darme cuenta de las cosas que realmente me llamaron la atención una vez trasladada aquí. 

De momento, no llevo ni 48 horas fuera de Vigo, pero ya tengo un largo viaje que contar. Como a estas alturas ya doy por controladas mis lágrimas (sip, las hubo, especialmente en el aeropuerto, en la primera hora de vuelo y nada más ver Londres desde el aire, no sé por qué; en el metro las contuve bastante y en casa de Raquel, conseguí tragármelas cuando sentí que estaban a punto de volver). Ahora ya no hay más, ahora tocan los nervios de los primeros días, de la novedad, el miedo por lo que me espera y porque mis expectativas no lleguen a cumplirse. 


Bien, pues eso, que el viaje fue normal, con mucho sol cuando aún andábamos por encima de Galicia, que por cierto, vi toda la línea de costa y era genial: podía repasar todas las rías que en su momento me tocó estudiar, ver el verde, las montañas desgastadas y empezar a sentir la morriña de la que tanto hablaba Rosalía. Creo que hasta es posible que en algún momento llegase a recordar el "Adiós ríos, adiós fontes, adiós regatos pequenos..." Bueno, a lo que iba, que me está empezando a oler a cursilería en alto grado... La vista desde el avión guaym después ya dejó de ser interesante, y para cuando empezó a verse Londres, el cielo estaba tan oscuro que mi pena debió agrandarse pensando en el invierno inglés que me espera.  

En el aeropuerto, eché mil horas para llegar a la zona de equipajes, ¡aquello es enorme! Pero por suerte no me perdí porque siempre seguía a los niños de las becas de inglés del Concello, que venían conmigo en el avión. Ni siquiera tuve que buscar en la pantalla cuál era la cinta que me tocaba, porque cuando llegué ya estaban ellos esperando alrededor. Y al pasar por la UK Border... mi madre! ¡Qué semejante concentración de chinos! Y los que nos mandaban a los mostradores... el señor que nos tocó a nosotros decía "tú téni, tú téni" para mandarnos al diez... porque resulta que los trabajadores de la frontera inglesa son todos pakistaníes, árabes, indios...  Después de coger la maleta, allá empiezo a buscar la salida. Otra eternidad para llegar a la puerta, pero cuando se abrió, de repente me sentí como en Love Actually, cuando al final llega a Heathrow el vuelo procedente de los Estados Unidos. O como una estrella de cine abordada por fans y paparazzis, porque la cantidad de cartulinas con nombres que había allí, bien podían estar esperando para recibir autógrafos... 


En el metro, media hora para comprar el billete, que conseguí gracias a una portuguesa que me ofreció ayuda. Y recién llegada a Inglaterra, es el portugués el que me salva la vida, señores... Porque después, la amiga de la tipa que me ayudó con el billete, me ayudó también a saber el lado en el que tenía que coger el metro. Bien, pues por fin llegué a Hammersmith, una estación maravillosa en la que tienes que subir escaleras pero claro, en plena hora punta y cargada con dos maletas que en total hacían 34 kilos, no es tarea fácil. Cuando llegué al descansillo, decidí pararme para descansar y esperar a que todo el mundo me dejase vía libre para poder subir tranquilamente todo el peso y un chico y un señor se ofrecieron a ayudarme, pero les dije que no hacía falta. Y entonces apareció una señora, que sin preguntar, cogió mi maleta de mano y acabó de subir las escaleras con ella. Y al llegar arriba me dice: Thank you. Y yo, con gran asombro, le dije lo mismo y continué mi camino. Lo siguiente era coger un bus en la parada R, a la que llegué después de haber estado en una calle paralela a esa misma altura, sin posibilidad de poder atravesar un callejón que las uniese; no, tuve que volver a desandar lo andado, porque entre las dos calles había un bloque de adosados gigantesco, sin espacios para poder conectarlas. Y ahí me encontré a otra chica, que fue la que me dijo que la parada estaba detrás de los edificios, y que sintió pena por mí por andar tan cargada. Cuando por fin entro en el bus, el conductor me grita que le enseñe el billete, después de yo llevase media hora intentando averiguar qué tenía que hacer con él y el tipo no se dignase a indicármelo. Conmigo, se subió una señora en silla de ruedas, así que no me quedó espacio en el área de gente de pie para ir con mis maletas, por lo que me tocó sentarme con la de mano por delante y dejar la grande en el pasillo, molestando a todo el mundo. Pero por fin llegué a la parada que era, en la que estaba Raquel esperando, que me ayudó a transportar mis cosas. 


Esta mañana, bus-metro-tren-taxi, pero por fin llegué, sana y salva, y ahora tengo una cama (grande, por cierto) en la que tirarme a descansar y recuperarme de mis agujetas en los brazos.

En breves volveréis a tener noticias mías!!

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